
Queremos llegar al Sol y no pensamos que si no vamos mirando al suelo que nos lleva hasta él , nos tropezaremos una y otra vez, sin aprender de la caída, incluso haciendo más grande la siguiente, acercando los obstáculos a nuestros pies en vez de aprender de ellos para hacernos más audaces.
La luz del Sol nos ciega pero no porque no podamos exponernos a ella si no porque no sabemos exponernos a ella. Cuando somos niños aprendemos a caminar antes que a correr, porque así seremos mejores corredores sin dejar de ser esos niños. Debemos aprender a disfrutar de cada paso, de los que aparentemente nos hacen avanzar y de los que nos paran en seco, porque ambos nos hacen crecer.
Pero el aprendizaje no se consigue con la mirada inmóvil en un punto conocido tan solo en sueños y lejano ni con los pies con zapatos cómodos pisando el suelo que siempre pisaste.
Hay que abrirse a las ganas de tener ganas de descubrir ganas de disfrutar cada segundo del camino.
Ese es el truco para encontrar lo grande en lo pequeño, el futuro en lo presente, lo gustoso en lo nuevo de lo nunca descubierto.
Y así de fácil y a la vez complicado aparece la compañera perfecta de ese maravilloso viaje que te hace ver todo esto.
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